martes, mayo 10, 2005

La Cenicienta, osea yo.

Estaba yo limpiando la chimenea de la casa de mi madrastra cuando entraron mis hermanastras a la sala y comenzaron a ensuciar todo lo que ya había limpiado. La veterana llegó de hacer las compras y encontró todo sucio. Obviamente me acusó de no haber limpiado nada. No intenté dar explicaciones porque la situación se hubiera agravado y no me hubieran dado permiso para ir a la fiesta del príncipe.

-Linda madrastra, quería decirte algo..- articulé con temor.
-¿Qué?- me dijo, furibunda.
-Quería saber si yo.. podía..este..tú sabes que.. el sábado...el príncipe..- y mi madrastra me interrumpió con un grito:
-¿No estarás pensando en ir a la fiesta verdad?..porque si es así.. ¡ni lo sueñes!.-profirió.

En silencio continué con mis labores mientras las lágrimas recorrían mis mejillas cubiertas de hollín.

El sábado en la noche, cuando mis hermanastras ya habían partido a la fiesta me quedé sola en mi habitación. Estaba ya casi dormida cuando de pronto apareció una celeste luz y una hermosa mujer que se identificó como mi hada madrina.
-Ponte de pie, no tenemos mucho tiempo- me dijo.
Yo no salía de mi asombro. Mientras ella traía unos zapatos viejos del armario, una calabaza y como si fuera poco atrapó un par de ratones que paseaban por la oscura cocina.
-Pensé que ya los había matado el Racumín- dije.
-Hoy en día los ratones han desarrollado mejores anticuerpos. Ahora se usa Raid ratas.- me respondió.

Con su varita mágica que no era otra cosa que un palillo chino adquirido en la calle Capón, convirtió mis harapos en un hermoso vestido celeste, mis zapatos viejos en unos hermosos zapatitos de cristal, la calabaza en carruaje blanco marfil y los ratoncitos en caballos de paso.
-Ya estás lista. Ahora vete a la fiesta pronto.-me dijo mientras me empujaba hacia el carruaje.
-Muchas gracias hada madrina- contesté entre lágrimas mientras el carruaje comenzó a moverse.
-¡¡No olvides que debes volver antes de las doce!!– escuché sin tomarle mucha importancia al aviso.

Ya en la fiesta mis hermanastras no me reconocieron sin las capas de ceniza sobre la ropa y el rostro.
De pronto el príncipe empezó a acercarse hacia mi. Cuando lo tuve a dos metros de distancia, noté que tenía la nariz muy grande y se había puesto brillo labial. Me invitó a bailar un perreo y acepté.
Conversamos largo y tendido, pero cuando menos pensé las campanadas empezaron a repicar: eran las doce.
-Chau príncipe- me despedí y le tiré un zapato para que me recuerde.

2 comentarios:

edgar dijo...

osea que le tiraste un zapato...
que graciosa.

Anónimo dijo...

Jajjaja, que bonito cuento :D.
lastima que el 90% sea verdad creo....:(