Tercera parte: La cenicienta, osea esa mugrosa.

La dejamos en la casa con sus harapos y llorando. No entiendo cómo diablos llegó a la fiesta. Y mucho menos con tan hermoso vestido.
No imaginamos que podría ser ella, estaba preciosa la maldita. Todos los caballeros de la fiesta no dejaban de mirarla y el príncipe fue directamente a su encuentro cuando la vio.

Ahora sabemos que era Cenicienta porque el mismo príncipe vino anteayer a buscarla con el zapato transparente de miniatura y la reconoció. Ni a mi ni a mis hermanitas nos quedó porque era un poquito pequeño. Pero no es que seamos de pies grandes sino que el zapato era muy pequeño, por si acaso.

La mentirosa de Cenicienta dice que vino un hada madrina para ayudarla a ir a la fiesta. Increíble. No sé qué fuma la mugrienta pero esa historia inventó.
Seguro que ha robado a alguien. Pensaría que a mi mamita pero ella gastó toda la herencia de mi papá en comprarnos los vestidos a nosotras así que no habría encontrado ni un sol.

En la fiesta, bailó los perreos más lindos con el príncipe, quien no la dejó hasta que ella se fue. Cómo la odié.

Lo gracioso fue que mientras salía del hermoso castillo, el más grande del Olivar- como sabrás allá viven solo grandes personalidades- se le rompió un taco y por eso se sacó el otro zapato para igualar la altura y como le estorbaba en la mano, la muy insolente ¡se lo arrojó por la cara al principe!.

El príncipe se lo guardó en un bolsillo y volvió a la fiesta. Allí aproveché, me acerqué y le dije:
-¡Hola principe!, ¿no me invitas a bailar?.
-No.- me contestó mientras se marchaba.
-Al cabo que ni quería narizón.-contesté.

Luego volví donde mi mamita y mis hermanitas y les dije:
-Es gay.