lunes, mayo 09, 2005

Almuerzo de la madre

Como todos los días de la madre, se espera que todo salga muy bonito para la mamita, aunque a veces una no se involucra demasiado en el “cómo lograrlo”. Ésta vez prácticamente me lavé las manos: grave error. Pero no es el tema de este post.


Bajo el hermoso cielo cenizo que cubría las vías rápidas de nuestra capital, el auto avanzaba tratando de llegar a un restaurante en la avenida Aviación, donde la especialidad es la comida arequipeña.
Aprovecharé para, por primera vez, probar el bendito Cuy pero lo pediré sin cabeza ni patas porque si no de la impresión vomito en la mesa- pensé.


Cuando llegamos el sitio estaba repleto y esperamos unos cinco minutos para que la improvisada recepcionista nos consiga una mesa. Debimos haber pensado en hacer reservación- me dije mientras caminábamos hacia la mesa.


Los mozos, la gente de la caja, los cocineros, los dueños con rostros que reflejaban GRAN tensión, recorrían todo el lugar con ligereza y parecía que estaban desarrollando más brazos: increíble cuántas bandejas llevaban a la vez.


Nos ubicaron muy cerca de la cocina y podía ver hacia adentro cada vez que los mozos se retiraban de la ventanilla donde recogían los platos.


No pedí Cuy porque estaban tan estresados los mozos que no parecían tener tiempo para oír mi explicación: que no quería un Cuy Chaktado sino que prefería que me lo corten en pedacitos y lo frían como pequeñas croquetas, obviamente sin la cabeza y las patas, tal y como había visto en el programa de Sonaly Tuesta.


Lo que pedí fue un platillo llamado “Escribano”. Es una entrada compuesta de papa semi aplastada con tomate, pimiento, limón, vinagre y aceite. Rico, aunque poco atractivo para la vista. Me llenó, además la Energina que venden. Estaba muy rica y el gas, como toda bebida gaseosa, me quitó el apetito.


Me arrepentí un poco de haber pedido ese Escribano a pesar de que estuvo sabroso. Era demasiado simple y me había llenado, demonios -pensé. Y al voltear hacia la cocina para echarle una mirada acusadora al mozo que se demoró en traer mi plato y me forzó a terminar mi gaseosa de Hierba Luisa primero, pude ver hacia el interior de la ventana a los cocineros, regresé la cabeza hacia nuestra mesa.


Espera -recapacité y volví la cabeza hacia la ventanita otra vez: ¡¡el cocinero!! . ¡¡Pero qué cocinero!!. Los otros dos no existían, porque era ÉL cocinero quien llamaba mi atención. Un hombre de metro setenta y cabellos largos recogidos en una cola un poco escondida en la nuca. La impresión bloqueó mi memoria y no memoricé más rasgos. Solo que era un poco gordito.


Creo que no tengo que explicarlo, pero el cocinero estaba guapísimo y empecé a preguntarme si él había preparado mi Escribano. Para esos instantes yo ya había pedido una crema volteada y llegó una hermosa presentación adornada con un toquecito de chantilly, dos letras chinas en chocolate y hojas de menta (éstos últimos clavados en el mini cerrito de chantilly). Riquísmo.


Nuevamente la pregunta: ¿lo habrá preparado él?, seguida de ¿cómo se llamará?, ¿qué edad tendrá? y ¿cómo hago para llegar al cocinero? o mejor: ¿cómo ordeno que me traigan al cocinero a la mesa?. Tarea difícil.


Y de pronto salió. El cocinero salió de su cocina y después de cruzar miradas (y de que ni siquiera notara que me había visto) siguió de largo hasta perderse entre las mesas. Ya habría terminado su turno- me dije.


La cuenta llegó, papá pagó y nos dispusimos a partir. Y ya afuera encontré al cocinero otra vez, muy cerca del auto: de Ripley. Pero ¿qué iba a hacer?... “Hola cocinero, ¿no quieres mi teléfono?.” Mala idea.


Solo subir al auto y dejar que me vea pasar.
Para la próxima será. :(

2 comentarios:

Flavio dijo...

Uhmm... Pídeselo tú misma.

Anónimo dijo...

regresa a ese lugar y trata de conocerlo. que no se te queme el cocinero en la puerta del horno (creo que asi no era)