domingo, enero 07, 2007

Memorias de un viaje

Vivir sin revisar correos y navegar en Internet al menos una vez al día es extraño para mi actualmente. Aunque s fines de los 90’s mi vida era diferente (tenía una sola cuenta de correo en Starmedia) fue en esos años, de viaje con mi familia, en los que extrañé la ciudad como nunca, pues jamás había vivido dos semanas en plena sierra.

Marcará es un distrito de la provincia de Carhuaz en el departamento de Ancash. Llegamos en el auto de mi papá, como tantos otros viajes, en aquel tiempo en que su Lada blanco humo era cómodo y espacioso. Un vecino nos había invitado a su casa y luego de un largo camino de al menos día y medio, llegamos. Al dejar el auto hubo que colocar piedras detrás de las llantas porque el camino frente a la casa era una pendiente (o subida, dependiendo de hacia donde fueras) que iba rodeando los cerros.

La casa estaba muy cerca del río Marcará, el maíz separaba su orilla de la casa y era divertido correr a través del sembrío, entre las cañas y choclos, para llegar a él. Su arrullo callaba al silencio aquellas noches en que la lluvia se ausentaba. La primera noche en que llovió con fuerza, los más jóvenes, acostumbrados a la garúa de Lima, nos asustamos tanto que corrimos desde la habitación hacia la cocina, cerca de los adultos y nos quedamos allí un buen rato. Los truenos eran algo nuevo para nosotros.

Allá no había alumbrado eléctrico ni agua potable aunque sí un chorrito al frente de la casa que seguro vendría de algún deshielo en lo alto de las montañas. El baño era un silo, es decir un hoyo profundo cercado por algunas calaminas y plásticos. Era complicado, es verdad, pero no hubiera sido lo mismo haber tenido una ducha o un water. El dueño de casa se las había arreglado para poner un grifo, pero no recuerdo bien de dónde venía el agua, quizá del mismo chorro.

Luego de una noche de lluvia, la tierra era más blanda, no era tan fácil correr hacia el río y nos ensuciábamos un poco más los zapatos.
El guardián tenía un perrito pequeño color negro. Para variar, le tomé cariño en el tiempo que estuvimos allí, lo cargaba y acariciaba su pancita, como si no lo hubiera visto revolcarse por todos lados.

Descubrí el color de la flor de papa y coseché algunas papitas bebés. Además aprendí que el interior de las cañas del maíz era dulce, aunque no tenía suficiente habilidad con los cuchillos para quitar la dura cubierta así que hice lo que pude con los dientes. Pero no estuvimos todo el tiempo en la casa, allí no había mucho que hacer pues muy pronto habíamos conocido todos los rincones interesantes y agotado las posibilidades de sorpresa y entretenimiento.

Por eso, durante el día solíamos salir a conocer los alrededores en el auto. Así llegamos a visitar Caraz dulzura, Yungay hermosura, Recuay ladronera y Huaraz presunción, además de haber estado ya en Carhuaz borrachera. Muchos guías turísticos suelen decir que Antonio Raimondi bautizó con esos calificativos a dichas provincias, pero no les creo, aunque igual suena divertido, sea quien sea el que los inventó.

No faltaron ocasiones en que el carro falló. Creo que fue en Recuay que tuvimos que pedir ayuda. Nos plantamos frente a unas casitas y quienes vivían allí nos dieron una mano. Hicieron algo que llaman “adelantar la chispa” de no sé qué. Al rato emprendimos el regreso.

En Caraz dulzura habían muchos dulces y allí compramos natillas y otros manjares. Huaraz era la civilización, por decirlo de algún modo, pero no tengo ningún recuerdo especial de allí.

Yungay es una ciudad fantasma. Luego del aluvión que la cubrió toda por el desprendimiento de un cerro después de ese terremoto en el año 1970, Yungay se convirtió en un gran panteón.
Pudimos hablar con un sobreviviente ya bastante viejito que se había refugiado en la parte alta, junto al Cristo que custodiaba el cementerio de la ciudad. Él nos mostró fotografías de lo que fue la ciudad y nos señalaba dónde estuvo la iglesia o la plaza. Los pobladores de la zona eran de ojos azules o verdes y cabellos claros, nos dijo, y pudimos evidenciarlo en un grupo de niñas de la zona. Por eso era Yungay hermosura.

En ese viaje conocí la nieve. Pastoruri estaba cerrado así que fuimos a otro nevado llamado “Punta Olímpica” y allí supe por primera vez lo que era tener frío. También visitamos la laguna de Llanganuco. Además probamos el “chocho” que era un cebiche de frijoles o pallares, no recuerdo bien, pero era rico.

De vuelta a la casa, en la noche, solo la luna, las velas o lamparines podían darnos algo de luz, pero una vez que todos nos acostábamos, la más grande oscuridad que jamás había vivido nos rodeaba. No se veía absolutamente nada al interior de la habitación. Solo escuchábamos el río.
Recuerdo que durante la primera noche, unas pulguitas nos atacaron y tuvimos que rociar un polvo sobre los colchones. Ya no se acercaron más.

Nuestro penúltimo día en Marcará fue mi décimo tercer cumpleaños y aunque hicimos una parrillada, no veía la hora de largarme. No soportaba más no poder ducharme o lavarme sin que se me congelaran las manos y extrañaba horrores mi water, mi televisión por cable, la cabina de internet, mi cama…

A la mañana siguiente nos despedimos de nuestros amables vecinos, yo me despedí del perrito negro que conocí y no sé cómo volvimos en el mismo auto Lada en que llegamos. Digo que no sé cómo porque dormí la mayoría del viaje y cualquier posición era incómoda, supongo que fue más o menos así para los demás.

Pero Marcará y el viaje en general fue una experiencia de esas que nunca se olvida y que aprovecho de escribir mientras puedo recordar detalles, como para releerlos un día y viajar en el tiempo viéndome correr hacia el río entre el maíz.

3 comentarios:

Angel Castillo Fernández dijo...

Hola criatura urbana.

Bruno Kámiche dijo...

Que bonita reseña... este tipo de experiencias son las que te enseñan cosas que despues valoras en la vida....

Anónimo dijo...

En general la experiencia de estar en el Callejón de Huaylas es inolvidable.